ENRIQUE VILA-MATAS |
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Ulysses
Eduardo Lago
“BROOKLYN TRILOGY”
Eduardo Lago [+]
SED DE MAL
Eduardo Lago [+]
VILUSMITUS
Eduardo Lago [+]
LA LUZ DEL 11 DE SEPTIEMBRE
Eduardo Lago [+]
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EL ÍNCUBO DE LO IMPOSIBLE
EDUARDO LAGO
Eduardo Lago reside en Nueva York
desde 1987. Es doctor en Literatura por la Universidad de Nueva York,
profesor de literatura en el Sarah Lawrence College desde 1993 y
director del Instituto Cervantes de Nueva York desde 2006. Su primer
libro lo publicó en 2000, Cuentos dispersos, recopilación de seis relatos. Ese mismo año apareció su libro de viajes Cuaderno de México. En 2001 obtuvo el Premio de Crítica Literaria Bartolomé March por El íncubo de lo imposible, análisis comparativo de las traducciones al español del Ulysses de James Joyce. En 2006 ganó el Premio Nadal con Llámame Brooklyn, novela que también obtuvo el Premio de la Crítica de narrativa castellana y el Premio Ciudad de Barcelona. Su segundo libro, Ladrón de mapas, apareció en 2008. Es miembro de la Orden del Finnegans, orden que tiene como objeto la veneración del Ulises
de James Joyce cada 16 de junio (Bloomsday) junto con otros autores
como Enrique Vila-Matas, Jordi Soler, Antonio Soler, José Antonio
Garriga Vela y el editor Malcolm Otero.
1. EL TÉ DE LAS SEIS Y MEDIA
Quien habría de llevar a la prosa en lengua inglesa al límite de
sus posibilidades, sometiéndola a la mayor renovación de toda su
historia; el genio diabólico y burlón que, sorbiendo el tuétano de las
palabras, sabía cómo llegar al alma misma del idioma, para desde allí,
entre risas y veras, reventar códigos y normas, haciéndole cosquillas a
la sintaxis, tejiendo telarañas donde caían prisioneros los morfemas;
el mágico prodigioso del verbo que, destripando resortes y mecanismos,
reagrupaba los vocablos en insólitas combinaciones tras las que
alumbraba la fuerza desnuda de la poesía; quien, en fin, estaba
destinado a cambiar, de una vez y para siempre, los rumbos por donde
habría de transitar en el futuro la novela, ya llevaba en la punta de
la lengua la verdad de su destino el día en que puso por primera vez un
pie en el colegio. Conforme al catecismo ––cuyo lenguaje le pareció tan
jocoso que lo incorporó como modo narrativo dominante en dos capítulos
del Ulises–, técnicamente le faltaban aún seis meses para
alcanzar el uso de razón. El pequeño Jimmy Joyce acababa de llegar al
internado de Conglowes Wood; con aire benévolo, un padre jesuita se
inclinó sobre él e inquirió su edad. La flemática exactitud de la
respuesta hizo pestañear al clérigo: Half past six.
¿Había oído bien? Momentáneamente desconcertado, el padre se
llevó las manos al bolsillo de la sotana, buscando la leontina del
reloj, pero se interrumpió a mitad de gesto. Escrutó el rostro del
niño, y soltó una carcajada. Half past six pasó a ser el mote
escolar de Jimmy Joyce; les acababa de ahorrar un trabajo a sus
futuros compañeros. Le faltaba mucho para ser escritor, pero las
palabras eran ya su juguete favorito.
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James Joyce
EL DESTINO EN ESPAÑOL DEL ULISES
Juan José Saer [+]
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2. ETOPEYA
James Augustine Aloysius Joyce nació en Rathgar, barrio
meridional de Dublín, el día 2 de febrero de 1882. Su infancia y
adolescencia estuvieron marcadas por las virtudes y deficiencias de
carácter de su padre, John Stanislaus, personaje voluble, ingenioso,
irresponsable y vital, perfectamente incapacitado para hacer frente a
las necesidades de su numerosa familia (diez vástagos supervivientes,
seis varones y cuatro hembras), de los que James era el primogénito.
Anticlerical, excelente bebedor, amigo de canciones, chistes y
anécdotas, dotado de un ácido sentido del humor y un enorme talento
para contar historias, el caótico cabecilla del clan Joyce arrastró a
su esposa e hijos a una existencia presidida por deudas, empeños,
constantes mudanzas de domicilio, amenazas de embargo y la sensación
permanente de estar al borde de la catástrofe.
En algún momento en que careció de fondos para costear los
estudios de sus hijos, la tarea de supervisar su educación corrió a
cargo de su esposa, Mary Jane Murray. La profunda devoción religiosa de
May Joyce era pareja a su preocupación por la cultura. Su
primogénito la recordaría como una mujer permanentemente embarazada,
pero también como un firme asidero donde buscar refugio cuando la falta
de responsabilidad paterna llevaba a la familia entera a la deriva.
Después de Conglowes Wood, Jimmy Joyce estudió en Belvedere College, y
más adelante en el University College de Dublín. Como no podía dejar de
ser, su paso por tantas instituciones de la Compañía de Jesús imprimió
una huella indeleble en su carácter. Años después, cada vez que alguien
aludía en su presencia al molde católico en que se forjó su educación,
el escritor se apresuraba a puntualizar, con sorna: «Católico no,
jesuítico».
En la universidad se matriculó en lenguas modernas, dándole mucha menos importancia a las exigencias oficiales del curriculum que
a su exploración personal del canon literario europeo. Sus modelos más
venerados fueron Dante e Ibsen (a quien consideraba un dramaturgo muy
superior a Shakespeare), cuyas obras leía en el original. Sus primeros
escritos adoptaron la forma de poemas y epifanías, breves cristalizaciones textuales que buscaban revelar la verdad interior de los objetos en la puntualidad del momento.
La fascinación que ejercía sobre él su ciudad natal precisaba
del catalizador de la distancia. A los diecinueve años viajó a París,
con ánimo de estudiar medicina. Fracasó en el intento inicial,
reincidiendo en el empeño en dos ocasiones más. Otras vocaciones
erradas fueron la música, el teatro y el derecho. Entre idas y venidas a
la madre patria, dio clases particulares de inglés y escribió reseñas
de libros, pero por encima de todo se dedicó a seguir profundizando en
la lectura de los maestros de la tradición europea, atrincherado en los
pupitres de la Biblioteca Nacional, durante el día, y en los de Sainte
Geneviève por la noche. El Viernes Santo del año 1903 recibió un
telegrama con la noticia de que su madre estaba agonizando.
Inmediatamente acudió junto a su lecho de muerte, pero cuando se lo
exigieron, su sentido de la rectitud le impidió postrarse y fingir que
rezaba por ella. El episodio haría mella en su conciencia, y el
escritor tuvo necesidad de exorcizarlo a través de la figura de Stephen
Dedalus en momentos clave de su escritura. Joyce conoció a quien
habría de ser su compañera durante el resto de sus días, Nora Barnacle,
una joven alta y atractiva que trabajaba como empleada en un hotel,
una tarde soleada de primavera. Convinieron en volver a verse seis días
después. Inmortalizada como la jornada durante la cual transcurre toda
la acción del Ulises, la fecha del 16 de junio de 1904 –conocida como Bloomsday– constituye uno de los momentos más emblemáticos de la historia de la literatura universal.
El ambiente de Dublín le producía una invencible sensación de
agobio. Al cabo de unos meses, incapaz de seguir soportando la cerrazón
del entorno, James, enemigo acérrimo del matrimonio, le propuso a Nora
que se fugara con él al continente. Daba así comienzo la errática
existencia de la pareja en el exilio. Tras una breve estancia en la
ciudad adriática de Pola, se instalaron en la vecina Trieste, donde
Nora dio a luz a su primer hijo, Giorgio. Antes de dejar Irlanda, el
escritor había puesto punto final a los poemas reunidos en Chamber Music e
iniciado dos proyectos prosísticos, de índole y fortuna radicalmente
diversas. El primero era una colección de cuentos que andando el tiempo
cristalizaría en un volumen sobrio y elegante al que puso por título Dublineses. El segundo empeño, la composición de Stephen Hero,
ambiciosa novela de signo semiautobiográfico que, conforme a los
cálculos de su autor, una vez concluida constaría de un total de
sesenta y tres capítulos, estaba destinado al fracaso.
El sueño de ver su primer libro publicado se hizo realidad
cuando tenía veinticinco años. Era una buena noticia aunque, para
entonces, Chamber Music pertenecía a la órbita del pasado. Sus
inquietudes como creador habían cambiado. Corría el año 1907, y sus
dos proyectos en prosa se apresuraban a afrontar su suerte definitiva.
El manuscrito de Stephen Hero, tras alcanzar proporciones
alarmantes, se había vuelto decididamente ingobernable. Rebasado el
millar de páginas, su autor se resignó a aceptar que el texto se le
había ido de las manos y dejó de trabajar en él. No había sido un
esfuerzo en vano. Con paciencia de alquimista, de entre el enorme magma
textual acumulado, Joyce desescombró el valioso material que más
adelante organizó en los cinco segmentos que habrían de constituir su
magistral Retrato del artista adolescente. En conjunto, el proceso duró un total de diez años.
También en 1907, tras una breve estancia en Roma, durante la
cual trabajó llevando la correspondencia comercial de un banco, puso
punto final a Dublineses, después de añadirle el broche genial de Los muertos. Entonces
no podía sospechar la importancia que habría de tener en el futuro,
pero durante su etapa romana Joyce escribió un breve boceto que
contenía in nuce la trama del Ulises. Poco después de
regresar a Trieste, nació su segunda hija, Lucía, que tantos desvelos
habría de causarles a Nora y a él. Por aquel entonces se agudizaron dos
constantes que lo acompañaban desde hacía tiempo y seguirían haciéndolo
hasta el final de sus días: el consumo inmoderado de alcohol y el
deterioro constante de la vista.
Al igual que había ocurrido con su primer título, Dublineses se
publicó mucho después de haber alcanzado forma definitiva. Antes de
verlo llegar a las prensas, en 1914, su autor hubo de vencer una serie
inimaginable de adversidades, incluida la quema del original por parte
de un impresor que, después de leer la obra, llegó a la conclusión de
que si cumplía el encargo, lo llevarían a juicio por escándalo público.
Por fortuna, Joyce conservaba un juego de galeradas. 1914 fue un buen
año para el autor de Dublineses por otros motivos. Por mediación de Ezra Pound, Harriet Weaver, directora de The Egoist,
revista de vanguardia consagrada a promover literatura de alta
calidad, y por tanto ajena a toda suerte de consideraciones
comerciales, dio luz verde a la publicación del Retrato, por entregas.
La entrada de Italia en la gran guerra europea obligó a los
Joyce a abandonar Trieste. Entre 1915 y 1919 se refugiaron en Zurich.
En aquellos años completó dos textos menores, el inclasificable Giacomo Joyce (1914, publicado por su biógrafo, Richard Ellmann, en 1968), y el drama Exiliados (1918). Asimismo, en 1916, tras una serie de intentos infructuosos, por fin se publicó el Retrato en forma de libro, en Nueva York. La redacción del Ulises comenzó
en 1914 y tuvo por escenario tres ciudades: Trieste, Zurich y París.
Un año después de su publicación, el escritor se sumergía de lleno en
la composición de su obra final, Finnegans Wake, empeño que bajo el título descriptivo y provisional de Work In Progress lo mantuvo ocupado durante diecisiete años. Entre Ulises (1922) y Finnegans Wake (1939), publicó únicamente un volumen de poesía: Poems Penyeach (1927).
Joyce sostenía que en esencia todo escritor alberga dentro de sí
tan solo una novela, y que las demás son variaciones artísticas sobre
ese texto único y esencial. De estar en lo cierto, habría que decir que
su novela la publicó en tres entregas claramente diferenciadas, cada
una de las cuales corresponde a una de las edades del hombre. El Retrato, Ulises y Finnegans Wake corresponden
a tres fases diferentes de la vida de un solo organismo textual, a los
tres estadios vitales de una conciencia artística única, a las
metamorfosis que experimenta el alma humana en su viaje por el tiempo,
desde la génesis y la plenitud hasta el declive y la disolución final.
Los tres fragmentos de la novela única de James Joyce son otras tantas
concreciones estilísticas que reflejan su forcejeo titánico con el alma
del idioma. El suyo fue un ejercicio de ascesis creciente. La mezcla de
realismo costumbrista y simbolismo que caracteriza a Dublineses se
inicia con unos relatos bastante convencionales, que se van
transformando sutilmente hasta que el lenguaje aparece completamente
transfigurado en Los muertos. El desarrollo de la prosa de
Joyce parece seguir los pasos dictados por las leyes de un código
genético: reguladas por claves ocultas, en cada fase van surgiendo y
alcanzando plenitud formas de escritura cada vez más complejas.
Ulises arranca donde termina el Retrato, y Finnegans Wake supone un salto al vacío desde las alturas del Ulises.
Con su obra final, Joyce se adentró, solo y prácticamente ciego, en el
ojo del huracán del lenguaje, llevando al libro de su vida a las
profundidades de la noche, al líquido amniótico de los sueños, de la
irracionalidad y el inconsciente. Cuarenta y dos años después de su
publicación, muy pocos lectores son capaces de seguir a Joyce al averno
vertiginoso que propone.
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Bloomsday 2008
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3. LA MIRADA DE ULISES
Para la mayoría, la crónica de un día en la vida de Dublín sigue
siendo la mayor contribución de Joyce a la literatura universal. Si
hasta entonces la historia de la edición de sus libros había sido en
extremo accidentada, el Ulises no iba a constituir una excepción. La publicación de la novela por capítulos, iniciada en 1918 en las páginas de la Little Review,
se vio interrumpida bruscamente dos años después, cuando un censor que
trabajaba para el servicio postal leyó una de las entregas y denunció
el caso a sus superiores. Daba así comienzo el conocido episodio de los
escándalos suscitados por la supuesta obscenidad del texto. La feroz
campaña desatada por la mojigatería anglosajona contra la obra adquirió
ribetes de vodevil y dio lugar a toda suerte de incidentes, entre los
que se cuentan multas, juicios, condenas, actos de piratería,
contrabando de ediciones clandestinas y el secuestro y quema de tiradas
enteras.
En 1920, siguiendo el consejo de Ezra Pound, los Joyce se
establecen en París. Allí se encontraba Sylvia Beach, propietaria de la
librería Shakespeare & Company, que se ofreció a editar la novela.
El impresor elegido fue un intelectual de Dijon llamado Maurice
Darantière. Joyce le hizo entrega del manuscrito, pero en su poder
obraba una copia en papel carbón en la que efectuó tantos cambios que
el texto aumentó en un tercio. Las exigencias del autor sacaron a
Darantière de quicio, hasta el punto de que en más de una ocasión
amenazó con abandonar la empresa. La primera edición de la novela
cumbre de la lengua inglesa se imprimió en 1922 en Francia por
cajistas-tipógrafos que no sabían inglés. Joyce tenía particular empeño
en que su obra viera la luz precisamente el día de su cuadragésimo
cumpleaños. Lo consiguió. El 2 de febrero Darantière salió como una
exhalación de la imprenta y llegó a tiempo de entregarle personalmente
al revisor del Expreso de Dijon dos ejemplares. Sylvia Beach los
recogió en París y le hizo entrega de ellos al autor. Uno de ellos lo
vendió Nora, el otro lo exhibió Beach en una hornacina de cristal en su
librería.
La historia de la fascinación de James Joyce por la figura del
astuto viajero que un día dejó las costas de Ítaca para enfrentarse a
los peligros del mundo se remonta a cuando, a la edad de doce años,
cayó en sus manos un ejemplar de Las aventuras de Ulises, elegante versión en prosa de la Odisea,
destinada a un público adolescente y llevada a cabo por el crítico y
ensayista inglés Charles Lamb en 1808. La particular forma de heroísmo
representada por el ingenioso Odiseo dejó plantada en la imaginación
del futuro escritor una semilla que tardaría décadas en germinar. En
1906, durante una breve estancia en Roma, Joyce esbozó media docena de
apuntes para otros tantos relatos. Sólo dos habrían de cobrar cuerpo.
Su idea era añadirlos al ciclo de Dublineses. Uno de ellos, Los muertos,
pasó a ser el mejor cuento de la colección. Aunque el tema del otro
(un recorrido de veinticuatro horas por Dublín) era perfecto para
coronar el libro, aquel apunte romano estaba destinado a tener una vida
mucho más azarosa.
Desde que pergeñó el embrión del relato hasta que se dedicó de
lleno a explorar sus posibilidades hubieron de transcurrir ocho años.
En el interregno completaría Dublineses y el Retrato del artista adolescente.
Entusiasmado por la lectura de este último, Ezra Pound llegó a
afirmar: «No hay nada en la literatura actual que esté a su altura». El
autor de los Cantos no podía saberlo, pero el paso que Joyce
se disponía a dar a continuación entrañaba un reto infinitamente
superior. Consciente de la enorme responsabilidad aneja a la tarea que
le aguardaba, el escritor se sentía presa de un infinito sentimiento de
«vaciedad». En una carta dirigida a Harriet Weaver, James Joyce
escribía:
«Hace varios años que no leo nada de literatura. Tengo la cabeza
llena de guijarros, desperdicios, cerillas rotas y esquirlas de
vidrio... Me he impuesto el reto técnico de escribir un libro desde
dieciocho puntos de vista diferentes, cada uno con su propio estilo,
todos aparentemente desconocidos o aún sin descubrir por mis colegas de
oficio. Eso, y la naturaleza de la leyenda que he escogido, bastarían
para hacerle perder el equilibrio mental a cualquiera».
Su angustia estaba justificada. El reto de contar, como él
quería hacerlo, la historia de Leopold Bloom, su esposa Molly, Stephen
Dedalus y la miríada de personajes que los habrían de acompañar en su
periplo por Dublín, suponía para el género novelístico una incursión en
terra incognita. Si salía airoso, las cosas nunca volverían a
ser como antes... El final es conocido. Joyce había logrado dar vida a
un universo cuya grandeza no se explicaba en función de ningún
virtuosismo técnico. T. S. Eliot describió el logro como una «proeza
insuperable» y resumió para la posteridad la trascendencia de lo que
había ocurrido con estas palabras: «Considero que este libro es la
expresión más importante que ha encontrado nuestra época; es un libro
con el que todos estamos en deuda, y del que ninguno de nosotros puede
escapar».
Pero, ¿en qué consistía exactamente la proeza de que hablaba Eliot?
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Torre Martello, Dublin.
John Banville y Rodrigo Fresán.
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4. EL GENOMA JOYCIANO
El primer rasgo a destacar de este singular organismo narrativo
es su disposición cronoespacial. Las setecientas páginas de la novela
dan cuenta del transcurso de un solo día. La jornada comienza a las
ocho, cuando la luz de la mañana hiere simultáneamente las piedras de
la Torre Martello y la fachada del número 7 de Eccles Street, lugares
donde residen respectivamente Stephen Dedalus y Leopold Bloom, quienes,
cada uno en un capítulo distinto, se disponen en ese momento a
desayunar. El libro se cierra en las profundidades de la madrugada, con
Molly Bloom, desvelada en el domicilio conyugal de Eccles, dejándose
arrastrar por la voz de sus pensamientos. En tan estrecho margen de
tiempo se efectúa un recorrido tan exhaustivo de Dublín que Joyce solía
decir que si algún día la ciudad desapareciera de la faz de la tierra
resultaría posible reconstruirla siguiendo la descripción que se hacía
de ella en la novela.
El Ulises es un laberinto narrativo en el que no
resulta difícil extraviarse. Solapados entre sí, operan simultáneamente
en el texto un total de nueve sistemas de referencia que se ajustan al
siguiente esquema: cada capítulo se orquesta temáticamente en torno a un sentido o significado prioritario1, tiene como contrapartida un episodio concreto de la Odisea,
guarda relación con un arte o ciencia determinados, está presidido por
un símbolo específico, representa un órgano particular del cuerpo
humano, tiene un color propio, explora una técnica estilística distinta
y se circunscribe a un locus arquetípico, dentro del cual la acción transcurre a una hora claramente identificable del día.
Con ánimo de facilitar su tarea, el autor le hizo llegar a Carlo
Linati, traductor de la obra al italiano, un mapa de la novela,
aclarando que era «para uso casero», pues no era su intención hacérselo
llegar al público lector. Un escrutinio atento del mapa permite
apreciar la existencia de una red de correspondencias entre los nombres
de los distintos tratamientos narrativos, los títulos ocultos de
los capítulos en los que figuran y el lugar que ocupa estructuralmente
cada uno de ellos con respecto al conjunto de la novela. En las líneas
que siguen se pone de relieve la relación que mantiene cada bloque
textual con el desarrollo general del argumento.
El texto se segmenta en tres grandes unidades narrativas. La primera parte (Telemaquiada)
da cuenta de las actividades matutinas de Stephen Dedalus, a quien los
lectores de Joyce conocen bien, pues es el protagonista del Retrato del artista adolescente2. En la segunda parte (Andanzas de Odiseo),
la narración detalla las peripecias de Leopold Bloom, desde que
abandona la casa donde vive con su esposa Molly y su hija Milly para
emprender su larga travesía por las calles de Dublín. Con infinito
humor y humanidad, la novela detalla las aventuras de Bloom, el más
común de los mortales que, modeladas sobre las del héroe homérico,
constituyen una parábola de la anónima existencia del hombre
contemporáneo3. La tercera parte (Nostos o El regreso a Ítaca), marca el regreso de Bloom a Eccles Street4.
Los nueve sistemas de correspondencia que subyacen a la estructura del Ulises están
destinados a operar de manera latente: por eso Joyce prefería
ocultárselos al lector. Su relación con respecto al efecto que produce
la lectura del texto es análoga a la existente entre una partitura y su
interpretación: no es necesario que el espectador sea capaz de
descifrarla para disfrutar de las cualidades estéticas de la
composición. De manera semejante, el lector no necesita tener presente
que el orden y número de los capítulos mantienen una relación biunívoca
con una serie precisa de disciplinas5.
El árbol de técnicas narrativas presentes en el Ulises merece
comentario aparte. La diversidad de estilos es tal que aun cuando
todos se integran armoniosamente en la prodigiosa unidad que es la
novela, cada uno de ellos tiene la autonomía suficiente como para que
se pueda hablar de dieciocho unidades novelísticas distintas. Lo
primero a destacar es la simetría entre las partes primera y tercera.
Cada una consta de tres capítulos, cuyas técnicas respectivas son:
I. Telemaquiada
1. Narración (joven).
2. Catecismo (personal).
3. Monólogo (masculino).
III. Nostos
16. Narración (senil).
17. Catecismo (impersonal).
18. Monólogo (femenino).
En la segunda parte, Joyce despliega un total de doce técnicas
estilísticas distintas. De ellas, sólo hay una orgánicamente conectada
con las otras dos partes de la novela. Se trata, además, de la única
que tiene un nombre convencional (narración) y su función es subrayar el proceso de envejecimiento biológico experimentado por el texto. El modo que Joyce denomina narración aparece en el primer capítulo de cada una de las tres partes del Ulises:
Parte I. Narración joven.
Parte II. Narración madura.
Parte III. Narración senil.
Las técnicas con que se da cuenta de las andanzas de Odiseo constituyen un desfile de estilos sui generis que Joyce denomina respectivamente narcisismo (5), incubismo (6), entimémica (7), peristáltica (8), dialéctica (9), laberinto (10), fuga per canonem [sic] (11), gigantismo (12), tumescencia-detumescencia (13), desarrollo embrionario (14) y alucinación (15).
Pese a lo idiosincrático-humorístico de la nomenclatura, la
funcionalidad de las técnicas no es en modo alguno arbitraria. Las
distintas denominaciones están íntimamente relacionadas con
determinadas características orgánicas de cada capítulo6.
Semejante estructuración remite, más que a un modelo
arquitectónico o matemático, al ámbito de las ciencias biológicas. El Ulises es
un organismo vivo, con sus vísceras, nervios, músculos y fluidos.
Joyce lo dotó, entre otros elementos anatómicos, de útero, esqueleto,
carne, sangre, órganos genitales y aparato locomotor7.
A lo largo de la novela, los vocablos, frases y fonemas se ordenan en
constelaciones que reproducen en el plano textual las evoluciones y
fluctuaciones de un cuerpo8. En el Ulises, el río vivo de la lengua reproduce el flujo incesante de la vida.
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Bloomsday 2009.
Lectura pública de Joyce.
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5. EL CANTO DE LAS SIRENAS
El mayor reto que plantea la traducción del Ulises es la recreación de su incontrastable idiolecto. Trasladar el texto de Joyce a otra lengua exige reproducir los
despliegues de virtuosismo del original, sus forcejeos lingüísticos
–con frecuencia rayanos en lo monstruoso–, los juegos de palabras, las
variaciones musicales de la prosa, la invención o parodia de
multiplicidad de estilos. El verdadero protagonista del Ulises es, más aún que el entrañable Bloom, el lenguaje. La novela de Joyce se puede caracterizar como una verdadera odisea de la prosa en lengua inglesa9.
Al margen del conjunto de dificultades que plantea la obra en el orden léxico y sintáctico, en Ulises adquieren
singular relevancia las cuestiones de orden fónico. Hugh Kenner, uno
de los mejores cartógrafos de la era en cuyo contexto surgió la obra, y
uno de los más finos exégetas de la novela, aportó al examen de su
textura poética el estudio de los efectos y las sutiles modulaciones
provocados por la entonación, el uso de modismos y una serie de
cualidades de la voz, incluyendo el estudio de los silencios, que en Ulises,
al igual que ocurre con las composiciones musicales, constituyen parte
integral del texto. Estamos ante una novela cuyo lenguaje en muchos
momentos es, para utilizar una expresión de Ezra Pound sobre la que
volveremos, «poesía al borde de la música».
El carácter eminentemente musical del Ulises se señaló
desde el primer momento. Otro de los comentaristas más certeros del
texto, Edmund Wilson, apuntó que como novela resultaba una obra anómala
en el sentido de que el componente musical tiene un peso mayor que el
narrativo. Que el propio autor lo veía así lo demuestra un comentario
de Joyce en una carta enviada a Harriet Weaver, en la que señala que,
dada la diferente naturaleza temática de los distintos capítulos, cada
uno de ellos necesitaba una «música, una cadencia, un estilo
diferentes». Siete años después de su publicación, el erudito alemán
Ernst Robert Curtius aconsejaba leer el Ulises como si se
tuviera delante una partitura, e incluso opinaba que la mejor manera de
reproducir con fidelidad las cualidades acústicas del texto era
imprimirlo como si se tratara de una composición musical.
Ezra Pound señalaba la existencia de tres niveles en el plano de la lengua: logopeia, fanopeia y melopeia.
La distinción puede resultar útil a la hora de situar en su contexto
el ámbito de problemas que comporta la traducción de una obra como la
que nos ocupa. El primer nivel, la esfera del logos, que el poeta
americano caracteriza como «la danza del intelecto entre las palabras»,
no se presta fácilmente a la traducción, aunque es posible reproducir
la «actitud de espíritu» inherente a la logopeia por medio de paráfrasis.
«En la fanopeia –afirma Pound, refiriéndose al segundo
nivel de la lengua, que define como la proyección de las imágenes
sobre la imaginación visual– encontramos el esfuerzo máximo hacia una
precisión absoluta de la palabra; este arte existe casi exclusivamente
por esto». Los problemas de traducción que plantea la fanopeia son
prácticamente inexistentes, hasta tal punto que «cuando es de buena
calidad, al traductor le resulta virtualmente imposible destruirla».
En el tercer nivel, las palabras se cargan más allá de su
significación ordinaria, adquiriendo propiedades musicales a través de
las cuales se encauza el alcance del significado. Pound define la melopeia como
«poesía al borde de la música». En este nivel se produce una tensión
consistente en un deslizamiento que libera gradualmente al significante
de su dependencia del significado. Cuando la tensión llega al máximo y
la palabra entra en la esfera del melos, Pound se plantea la
posibilidad de que «quizá la música sea el puente entre la conciencia y
el universo no pensante». Por su configuración interna, la melopeia «es
prácticamente imposible transferirla o traducirla... salvo quizá por
accidente divino». Se cierra así el ciclo de la lengua. Para Ezra
Pound, que además de ser uno de los poetas mayores, fue uno de los
traductores más innovadores de su tiempo, «todo escrito está edificado
sobre estos tres elementos, más lo arquitectónico».
Hay momentos del Ulises en los que todo parece inclinarse hacia el melos. El escenario principal del capítulo 11, Las sirenas,
es una sala de conciertos; el arte que lo preside, la música; su
órgano corporal correspondiente, el oído, y su técnica estilística
propia, en expresión del propio Joyce, la fuga per canonem. Ello no quiere decir que la carga de melopeia no
alcance niveles semejantes en otras partes de la novela. Prácticamente
en todas las secciones aparecen momentos dominados por este modo. En
buena medida, la belleza y la dificultad que entraña la prosa de Joyce
consiste en que escribe desde las más recónditas interioridades del
cuerpo vivo de su idioma, cuyos más íntimos resortes maneja a su
capricho.
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Borrasca cerca de Torre Martello
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6. EL ÍNCUBO DE LO IMPOSIBLE
«Escribir bien –afirma José Ortega y Gasset en Esplendor y miseria de la traducción–
consiste en hacer continuamente pequeñas erosiones a la gramática, al
uso establecido, a la norma vigente de la lengua». En el caso del Ulises,
este rasgo adquiere tal prominencia que se convierte en el distintivo
de la novela, pero no es necesario tener en mente un caso así para
encarecer la extraordinaria dificultad que entraña toda traducción
literaria. Prácticamente todos cuantos han escrito sobre el asunto
concuerdan en que traducir es un empeño al borde de lo irrealizable,
pese a lo cual no queda más remedio que acometerlo, pues se trata de
una función cultural indispensable. En el ensayo a que acabamos de
aludir, Ortega caracteriza el acto de traducir como el íncubo de lo imposible,
y subraya la naturaleza paradójica en que consiste la misión del
traductor, diciendo: «No es una objeción contra el posible esplendor de
la tarea traductora declarar su imposibilidad»10.
El texto es de 1948, y a diferencia de lo ocurrido con sus ideas sobre
la novela, resulta de una actualidad sorprendente. Ortega se adelanta
en casi medio siglo a algunos de los planteamientos más recientes
formulados desde la flamante disciplina conocida como translation studies11.
La convergencia más llamativa, quizás, es el carácter central que se
concede a un ensayo de Friedrich Schleiermacher titulado «Sobre los
distintos métodos de traducir» (1813). Schleiermacher plantea una serie
de dicotomías que desembocan en lo que considera la alternativa
esencial que presenta toda traducción. Ortega la resume así: «O se trae
al autor al lenguaje del lector o se lleva al lector al lenguaje del
autor».
El dilema que plantea Schleiermacher nos sitúa en el centro de
una polémica que dura desde que se tiene constancia de la actividad de
traducir hasta hoy: la eterna disputa entre literalidad y literariedad,
entre el ideal de belleza y la exigencia de fidelidad. En la
actualidad, muchos especialistas en translation studies vuelven
con carácter casi obsesivo a uno de los textos más sugerentes jamás
escrito en torno al problema de la traducción: el prólogo de Walter
Benjamin a su versión de los Tableaux parisiennes de Baudelaire
(1923). Tan breve como enigmático, y no exento de un aura mística,
rebosa ideas que merecen honda consideración. Benjamin entiende la
traducción como una continuación necesaria del original, no como una
actividad subsidiaria. Al crítico alemán le parece que lo que
identifica a una mala traducción es su preocupación por servir al
lector transmitiendo el sentido del original. «La verdadera traducción
es diferente. Se preocupa menos por el significado que por el lenguaje
y la forma. Una traducción auténtica ha de ser transparente, como el
Sófocles de Hölderlin: no debe tapar el original, sino que debe
permitir que el lenguaje puro brille a través de ella».
En After Babel (1975), George Steiner examina una
amplia gama de problemas relacionados con la filosofía del lenguaje y
lo que él denomina filosofía de la traducción. El ideal de traducción
que viene a postular Steiner está sólidamente anclado en formulaciones
de Benjamin Lee Whorf, Edward Sapir, y antes de ellos Wilhelm von
Humboldt y otros pensadores del romanticismo alemán. Para Steiner, la
supuesta imposibilidad de traducir sería un caso particular de la
incapacidad del lenguaje para expresar ciertos aspectos de la realidad.
Lo intraducible es un caso especial de lo inefable. En un ensayo posterior, Un arte exacto,
Steiner subraya la idea de que lenguaje y traducción son operaciones
antagónicas. A la hora de efectuar una traducción entre dos lenguas, no
cree que sea posible llevar a cabo una transferencia completa: concede
que el trasvase de energías semánticas es siempre posible, pero señala
(recordando a Quine) el carácter indeterminado de toda
traducción. En más de un sentido, Steiner se mueve en una órbita
idealista no muy lejana de los planteamientos de Walter Benjamin, quien
creía que traducir era posible precisamente gracias a la existencia de
un lenguaje puro, distinto y superior a las realizaciones
concretas que son los lenguajes naturales, y del que tanto la obra
original como sus diversas traducciones no serían sino manifestaciones
parciales. De manera en el fondo no muy distinta, Steiner proclama que
«el original engendra la traducción y debe preservar su poder
generativo». El último sentido de toda traducción estriba en reponer algo
que ya estaba. Según Steiner, «una gran traducción confiere al
original lo que ya estaba ahí». En este sentido, una traducción es una
restitución, una reposición.
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JAMES JOYCE
ULISES
Trad. de María Luisa Venegas y Francisco García Tortosa
Cátedra, Madrid, 1999
1.104 págs.
Trad. de José María Valverde
Lumen, Barcelona, 1976
752 págs.
Trad. de José Salas Subirats
Rueda, Buenos Aires, 1945
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7. EL MANTO DE PENÉLOPE
Hasta la fecha (2001) se han efectuado tres versiones del Ulises al
español, separadas entre sí, de manera aproximada, por la distancia de
una generación. La primera (Buenos Aires: Rueda, 1945), la realizó
José Salas Subirats; la segunda (Barcelona: Lumen, 1976), José María
Valverde; la tercera (Madrid: Cátedra, 199912)
es labor conjunta de Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas.
Es mérito de Salas Subirats el haber abierto el camino, y de hecho, su
influencia sobre las traducciones subsiguientes es muy considerable. La
traducción de Valverde fue inicialmente saludada como un gran logro,
pero no tardarían en surgir las objeciones, sobre todo en el sentido de
las libertades que se tomaba el poeta con el texto de Joyce. La versión
de Tortosa-Venegas llega envuelta en un aura de dignidad académica, y
la supuesta autoridad de ser la más a tono con los tiempos. Conviene
matizar esta última observación: debido a la revisión y puesta al día
de las dos primeras traducciones, el lector en lengua castellana tiene
hoy a su alcance tres versiones que no es exagerado considerar
contemporáneas. El texto de Salas Subirats aquí examinado, data de
1996, y lo publicó Planeta en 1999. Por otra parte, manejo la versión
revisada de Valverde (Lumen/Fábula/Tusquets), cuya primera edición data
de 1994. A modo de primera aproximación, opto por seguir un método en
buena medida descriptivo, efectuando nueve calas microtextuales en
zonas distintas del idiolecto joyciano. Pretendo involucrar en el
proceso al lector, convencido de que, a la postre, dictar sentencia
acerca de cuál sea la mejor dependerá, en no poca medida, de cuáles
sean nuestros prejuicios (los del lector y los míos), acerca de lo que
entendemos por una buena traducción; cuál es nuestra posición
respecto al dilema de Shleiermacher; cuál nuestro nivel de tolerancia
respecto a las inevitables transgresiones en que se ve forzado a
incurrir cada traductor. |
La histórica edición de Rueda (trad.Salas Subirat)
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1. Juego políglota
JJ: Muchibus thankibus.
SS: Gracias muchibus.
JMV: Muchibus gracibus.
T-V: Gracibus muchibus.
En este ejemplo, Joyce mezcla el español, el inglés y el latín.
Las tres traducciones arriban a soluciones prácticamente
intercambiables. SS no modifica el vocablo castellano gracias;
las otras le añaden la desinencia del ablativo latino. Todas coinciden
en eliminar de su versión la presencia del inglés, de modo que, aunque
en el texto original hay un juego trilingüe, en las traducciones se
rebaja a bilingüe. Se me ocurre que la mejor manera de tratar el
original hubiera sido trasladarlo tal cual (en fin de cuentas, muchibus thankibus no es inglés, y es perfectamente reconocible), añadiéndole tal vez acentos: Múchibus thánkibus.
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Billete de Dublin a Cork
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2. Traslaciones en el plano oracional: dos casos
JJ: The door was darkened by an entering form.
SS: El hueco de la puerta se oscureció por una forma que entraba.
JMV: El hueco de la puerta se ensombreció con una figura que entraba.
T-V: La puerta se oscureció con una silueta que entraba.
No se aprecian diferencias de relieve entre las tres versiones, salvo la variación cuasi sinonímica entre forma (evidentemente la más próxima al original), figura y silueta. Aquí, como en casi todo el texto, parece operar una suerte de ansiedad de influencia. Sólo la última versión se deshace de la explicación adicional que aporta el hueco.
JJ: Old and secret she had entered from a morning world, maybe a messenger.
SS: Vieja y misteriosa, venía de un mundo matutino, tal vez como un mensajero.
JMV: Anciana y secreta, había entrado desde un mundo mañanero, quizá mensajera.
T-V: Vieja y arcana había entrado desde un mundo matutino, tal vez mensajera.
Se aprecia aquí el mismo tipo de variación sinonímica. JMV «dignifica» vieja, y a su vez, T-V lo retoman. SS «manipula» el término inglés secret, traduciéndolo por misteriosa;
JMV «pone las cosas» en su sitio, volviendo por los fueros de la
literalidad, y cuando les toca el turno a T-V, optan por restaurar la
pequeña infidelidad de SS, recurriendo a arcana, sinónimo de misteriosa.
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Bloomsday 2009 (foto de V-M)
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3. Neologismo por aglutinación
JJ: The ghost walks, professor MacHugh murmured softly, biscuitfully to the dusty windowpane.
SS: El duende que camina
–murmuró quedamente el profesor MacHugh, con la boca llena de bizcocho,
al polvoriento vidrio de la ventana.
JMV: El espectro avanza –murmuró el profesor MacHugh suavemente, rebosando galleta, hacia el polvoriento cristal de la ventana.
T-V: El espectro avanza
repartiendo pasta, murmuró el profesor MacHugh suavemente, de galletas
lleno al polvoriento cristal de la ventana.
SS: vuelve a tomarse una ligera licencia, y traduce ghost (fantasma o espectro) por duende.
Como ocurrió en la frase anteriormente comentada, SS opta por la
fidelidad, y en esta ocasión T-V deciden seguirlo. En cuanto al vocablo
inventado por Joyce, el adverbio biscuitfully, creado a partir del sustantivo biscuit (galleta), hay variedad en las soluciones.
SS elimina toda huella de la
transgresión lingüística original, aclimatándola por medio de una
paráfrasis en la que la galleta (dando un salto dentro del mismo campo
semántico) se convierte en bizcocho.
JMV se mantiene semánticamente
fiel al original, y aunque recurre a una paráfrasis, la suya es más
sintética que la de su antecesor. T-V optan por importar el efecto
original con un adjetivo de fabricación propia. (A título de
observación personal, se me ocurre que aún más fiel a la transgresión
de Joyce hubiera sido el adverbio galletosamente). Me pregunto qué pensarán los lectores de la expresión repartiendo pasta, que incorporan T-V.
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Ulises, James Joyce
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4. Permutaciones en rima consonante
JJ : RHYMES AND REASONS
Mouth, south. Is the mouth
south someway? Or the south a mouth? Must be some. South, pout, out,
shout, drouth. Rhymes: the two men dressed the same, looking the same,
two by two.
SS : RIMAS Y RAZONES
Boca, toca. ¿Está en alguna
forma boca en toca? ¿O la toca una boca? Debe de haber algo. Boca,
coca, foca, loca, poca. Rimas: los dos hombres vestidos en la misma
forma, de igual aspecto, de dos en dos. JMV : RIMAS Y RAZONES Boca,
roca. ¿Es la boca una roca de alguna manera? ¿O la roca una boca? Roca,
loca, oca, toca, choca. Rimas: dos hombres vestidos igual, con igual
cara, de dos en dos.
T V : RIMAS Y RAZONES RAZONADAS
Boca, soca. ¿Es la boca algo
soca? ¿O la soca una boca? Algo debe [de] haber. Soca, ñoca, toca,
bloca. Rimas: dos hombres vestidos iguales, que parecen iguales, de dos
en dos. Una vez más, no se aprecia sino una extraordinaria similitud
en el orden de las soluciones, junto con el comprensible afán por
distinguirse de los demás. El juego de Joyce descansa sobre la
proximidad de mouth y south (boca y sur).
Joyce despliega una cadena de vocablos que, además de rimar con el
binomio inicial, se mueven en el campo semántico del primero. Todos los
elementos de la serie pout (puchero); out (fuera); shout (grito); drouth (sequía en el idiolecto joyciano) guardan una relación con mouth: con la boca se hacen pucheros, proyectando los labios hacia fuera; de allí salen gritos; y, por último, la boca se puede quedar seca.
Los tres traductores se limitan a crear una cadena de rimas
consonánticas con elementos elegidos arbitrariamente. Posiblemente por
descuido, JMV no traduce la frase Must be some. En cuanto a las
series de vocablos, la de SS ofrece un rango de significaciones
fácilmente reconocibles e incluye un adjetivo. JMV incluye una forma
verbal y un equívoco (toca puede ser forma verbal o sustantivo)
en la serie de sustantivos, y TV escogen algunos términos sin
referente semántico, cosa que no hace Joyce: ñoca, bloca. Comentario aparte merece el término toca,
ocurrencia sin duda válida, pero totalmente gratuita, de SS. JMV le da
cabida en su serie, y T-V lo mantiene exactamente en el mismo lugar:
ello evidencia el (por otra parte lógico) interés con que cada versión
estudia a la(s) precedente(s), con un consiguiente efecto de
uniformización adicional. No acabo de entender la modificación aparente
de T-V en «razones razonadas».
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Dublín, zona de Forty Foot
(foto V-M)
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5. Juego de palabras
JJ SS Punkt Punkt Leftherhis Ledejósu Secondbest Vicemejor Bestabed Lechomejor Secabed Vicelecho Leftabed Dejólecho Woa! ¡Caray! JMV T-V Punkt Punkt Ledejosu Ledejosu segundaca segundama camagunda ledejosu gundacama mejorcama dejocama seguncama Dejocama ¡So! ¡Sooo!
En inglés, juego de palabras es pun. Joyce le transfiere una significación insólita, pero identificable al añadir la k: punk, y destruye (parcialmente) el efecto al desfigurar el vocablo con una t adicional.
Ninguna versión intenta traducir el título, y en cuanto a la solución
del contenido, responde al esquema de variaciones poco significativas.
El lector juzgará qué versión es más lograda. Es obvio que la primera
marca la pauta, JMV desarrolla un juego lingüístico más ágil y T-V
quizá aún más musical, para lo que necesitan añadir un verso. La
diversidad de traducciones de la interjección es puramente aleatoria.
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Bloomsday 2009
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6. Aglutinaciones y condensaciones
JJ: Then?
He kissed the plump mellow
yellow smellow melons of her rump, on each plump melonous hemisphere,
in their mellow yellow furrow, with obscure prolonged provocative
melonsmellonous osculation.
SS: ¿Entonces?
Besó los redondeados sazonados
amelonados cachetes de sus nalgas, deteniéndose en cada redondeado
melonoso hemisferio, en su blanco surco profundo con una oscura
prolongada provocativa melonmeloneante osculación.
JMV: ¿Y luego?
Besó los gruesos blandos
amarillos aromáticos melones de su trasero, en cada grueso hemisferio
melonoso, en su blando amarillo Ysurco, con oscura prolongada
provocativa melonaromática osculación.
T-V: ¿Después?
Besó los ambarinos melones
orondos serondos odoranteserondos de sus nalgas, en cada orondo
hemisferio meloso, en el surco serondo ambarino, con un ósculo oscuro
prolongado provocante melodorantemeloso.
Comento sólo algunas diferencias. SS traduce mellow por sazonados (fruto en sazón = maduro). JMV prefiere blandos y T-V, con su habitual predilección por los vocablos desusados, serondos (tardío, aplicado a un fruto). Cachetes (SS) es una «normalización» de melons, licencia en la que no incurren los otros traductores. Asimismo, el gerundio deteniéndose (SS)
tiene una finalidad explicativa y le quita a la frase original una
inmediatez que se conserva en las otras versiones. En mi opinión, T-V
logran el mejor efecto melódico, y también el más audaz. Hay un logro
particular por parte de JMV: la Y de Ysurco funciona ideogramáticamente: la forma de la letra semeja la del surco interglúteo.
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Cuando Ulises era Kirk Douglas
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7. Juego de palabras en contexto: La rosa de Castilla 13
SS: Lenehan protestó extendiendo las manos.
–¡Pero mi adivinanza! –dijo––.
¿Cuál es el país que tiene más hoteles?
–¿Qué país? –preguntó inquisitivamente la cara de esfinge del señor O'Madden Burke.
Lenehan anunció triunfante:
–Suiza: ¿No se dan cuenta?: la patria de Guillermo-hotel. ¡Caramba!
JMV: Lenehan extendió las manos protestando.
–Pero ¿y mi adivinanza? –dijo–. ¿Cuál es la ópera que se parece a una línea férrea?
–¿Ópera? –la cara de esfinge del señor O'Madden Burke readivinó. –The Rose of Castille. ¿Comprenden la cosa? Rows of cast steel, hileras de acero fundido. ¡Je! T-V: Lenehan extendió las manos en protesta.
–¡Pero y mi acertijo! dijo.
¿Qué ópera es como un árbol florido? ¿Ópera? la cara de esfinge de Mr.
O'Madden Burke redobló. Lenehan anunció alegremente:
–La rosa de Castilla. ¿Ven el truco? Rosa de castilia. ¡Diantre!
El punto de partida aquí es una peculiaridad lingüística del
inglés que no puede darse en español: una serie fónica que admite dos
transcripciones con significados completamente dispares. Rose of Castille (rosa de Castilla) y rows of cast steel (hileras de acero fundido,
en la versión de JMV). En este caso, las tres traducciones divergen.
SS opta por crear un equívoco equivalente en castellano. JMV elige
ofrecer la solución transcribiendo los dos términos del equívoco en
inglés. T-V optan por una solución hermética y forzada, extrayendo del
diccionario dos vocablos ajenos al uso común: cas (cierto
árbol de Costa Rica, de fruto semejante a la guayaba, pero ácido, que
se emplea para hacer refrescos, y de buena madera) y tilia (en algunos sitios, tilo).
Tras las calas microtextuales, el paso siguiente consistió en
efectuar un contraste interlineal, yuxtaponiendo renglón a renglón,
cláusula a cláusula, las distintas soluciones, al uso de ciertas
traducciones bíblicas. Para ello, elegí dos muestras de signo
antitético. De un lado, el comienzo del capítulo 13 (Nausicaa), donde,
sirviéndose de una prosa poética de corte clásico, Joyce efectúa una
bellísima descripción del amanecer en el mar. En el extremo opuesto,
una muestra de melopeia en estado puro, dentro de la técnica que el autor bautizó como fuga per canonem. El primer contraste interlineal me hizo llegar a tres conclusiones: a) en
aquellos fragmentos en los que lo narrativo prima sobre la música
verbal, no se constatan grandes diferencias en cuanto a estrategias de
traducción; b) por lo que se refiere a la calidad de la lengua,
tampoco me parece que ninguna versión sea claramente superior a las
demás de manera sostenida; c) tampoco encuentro que, en lo que
se refiere al criterio de fidelidad, difieran significativamente los
tres textos. Rescato un ejemplo de la cala musical:
SS: Tintín gritó al bronce con lástima.
JMV: Tinc clamó a Bronce compasiva.
T-V: Tilín clamó por bronce con pena.
Quise luego observar el texto desde una distancia mayor,
examinando fragmentos más extensos, contrastando entre sí el efecto de
conjunto de las distintas versiones, teniendo el original como una
presencia efectiva, pero lejana. En primer lugar aislé el capítulo 14,
donde Joyce acumula pastiches y parodias de la historia de la
literatura en inglés. Mientras que SS y JMV (diferencias menores
aparte), se hacen sólo un leve eco de lo que acontece en el original,
T-V, animados por un paciente escrúpulo filológico, traducen períodos
de inglés antiguo por equivalentes históricos en castellano:
SS: El bebé aún no nacido era feliz.
Dentro del vientre era ya objeto de culto.
JMV: Aún no nacido niño nadaba en ventura. En vientre obtuvo veneración.
T-V: Ant nascencia el ninno dicha aue. Adientro del uientre veneracion el retouo.
SS: opta por la legibilidad; JMV prefiere distorsionar la
sintaxis; con mentalidad de filólogos, T-V nos llevan a nuestro pasado
medieval, solución sin duda interesante, pero no por ello menos
arbitraria.
A lo largo del proceso, al ir aumentando el número de calas,
hallaba que las mejores soluciones se alternaban con regularidad entre
los tres traductores. El cotejo, por fin, de varios monólogos de Molly
Bloom, acabó por desdibujar la distancia entre las tres versiones,
produciendo el espejismo de un texto híbrido: aunque de cerca había
diferencias –a veces llamativas–, de lejos, la mella que cada una de
ellas hacía en el acto lector era uniforme; extrañamente, las voces
tendían a fundirse. Ello me llevó a despejar algunos prejuicios
asociados con cada traducción: 1) En líneas generales, no considero a
la versión de Salas Subirats inferior a las que le sucedieron, aunque
sí se podría caracterizar como la más tradicional e intuitiva. En
algunos momentos, domestica en exceso el original, descafeinando el
lenguaje de Joyce, por medio de paráfrasis explicativas, pese a lo cual
no son pocas las veces en que da con las mejores soluciones, como en
el caso de La rosa de Castilla. 2) Con los riesgos que comporta, la
versión de Valverde es la más imaginativa. No sé hasta qué punto ello
guarda relación con el hecho de que fuera poeta, pero sí considero
importante matizar que, pese a la naturaleza eminentemente poética de
muchas partes del texto, la versión de JMV no siempre evidencia una
superioridad sobre los logros de los rivales en este campo. 3) Por
último, no considero que la versión que apadrina la editorial Cátedra,
aun viniendo apuntalada por un despliegue de criterios filológicos
teóricamente más modernos que los de los antecesores, sea, en virtud de
tal supuesto, automáticamente la mejor, aunque muy probablemente será
más del gusto de paladares academizantes.
Quede claro, en todo caso, que en mis consideraciones sólo pesa
la fuerza de los textos al desnudo: las introducciones, los aparatos de
notas y demás (presentes en las tres ediciones) son instrumentos sin
duda de gran utilidad, pero no dejan de ser apéndices. En fin de
cuentas, si Joyce prefería ocultarlo, es porque soñaba con un lector a
merced de la magia de su texto (y viceversa). Al final del cotejo, una
intuición de Walter Benjamin que siempre me había resultado nebulosa
había adquirido una sorprendente precisión: la idea de que el original
encierra en sí todas sus posibles versiones. Las tres que existen en
español brotan con fuerza del texto primigenio, erigiéndose cada una
como un edificio sólidamente cohesionado, en el que se trasluce
eficazmente la belleza de aquél. Extrañamente, cada una a su manera,
pese a errores, omisiones, manipulaciones y añadidos, las tres son el
Ulises. Honestamente, no considero que ninguna versión sea globalmente
superior a las demás14.
Las tres me parecen proezas impagables; a través de cualquiera de
ellas se trasluce el pálpito de aquello a lo que Benjamin se refiere
cuando habla del lenguaje puro, aquella instancia superior e
inalcanzable de la que son emanaciones tanto el original como la suma
de sus posibles versiones. Con ello no quiero decir que no existan
traducciones de mala calidad. Al contrario: una proporción alarmante de
las que hay al uso en nuestro mercado editorial me parecen pobres,
torpes, deplorables. El lenguaje que utilizan, más que revelar,
desfigura, llegando a veces a ocultar el valor de la obra original. No
es el caso de las tres que aquí comento. Quien sienta la necesidad de
proclamar una versión como la mejor, aquí encontrará un punto de
partida en el que basar su veredicto. La decisión pondrá en evidencia,
más que nada, a qué ideal de traducción se adscribe cada cual.
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Torre Martello, Bloomsday. Al fondo, Eduardo Lago
Coney Island, territorio emblemático en Llámame Brooklyn, de Eduardo Lago
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1. A modo ilustrativo: el tema de
Calipso (4) es el viajero que parte, el de Las Sirenas (11), el dulce
engaño, y el de Penélope (18), el pasado que duerme. ↩
2. La distribución por capítulos es como sigue: 1. Desayuno en la Torre Martello, (Telémaco); 2. Actividades docentes de Dedalus (Néstor); 3. Meditaciones filosóficas de éste mientras pasea por Dublín (3. Proteo). ↩
3. Desglosado por capítulos, el trazado argumental de la segunda parte es el siguiente: Después del desayuno (4. Calipso), Leopold Bloom recoge una carta pornográfica clandestina de la oficina de correos y sigue camino de los baños turcos (5. Lotófagos). Asiste a un funeral y medita sobre el sentido de la muerte (6. Hades). Acude a la redacción de un periódico por motivos de trabajo (7. Eolo). Almuerza en un pub (8. Lestrigones). Sortea las peligrosas aguas de una discusión entre amigos (9. Escila y Caribdis). Contempla el vertiginoso entrecruzarse de un sinfín de trayectorias que constituyen la vida y movimientos de su ciudad (10. Las Rocas Errantes). Es víctima de una tentación musical (11. Las Sirenas). Sufre una violenta agresión, primero verbal y luego física, en el pub de Barney Kiernan (12. El Cíclope). Se masturba conmovido por la visión de una belleza femenina imperfecta (13. Nausicaa).
Es testigo de la crueldad e indiferencia con que unos estudiantes de
medicina hablan de los misterios de su futuro oficio (14. Los bueyes del sol). En el último capítulo, Bloom sigue a Stephen Dedalus hasta un burdel y a la salida lo salva de un incidente violento (15. Circe). ↩
4. Después de buscar refugio para el maltrecho Stephen Dedalus (16. Eumeo), regresa con él a su casa y le ofrece alojamiento, que aquél declina (17. Ítaca). La novela concluye con los ocho monólogos de su esposa, Molly, que es incapaz de conciliar el sueño (18. Penélope). ↩
5. Conforme al riguroso orden que
a continuación se detalla: teología, historia, filología, economía,
botánica y química (juntas en el capítulo 5), religión, retórica,
arquitectura, mecánica, música, política, pintura, medicina, magia,
navegación y ciencia (la serie termina en el capítulo 17; la libérrima
expresión de los monólogos de Molly Bloom discurre sin que éstos se
ciñan a ninguna disciplina). ↩
6. Así, la técnica denominada tumescenciadetumescencia responde
al intento de adecuar el ritmo narrativo al motivo central del
capítulo 13: la masturbación de Bloom a la vista de la joven Gerty
MacDowell; en el 11, la fuga per canonem corresponde al episodio musical presidido por el símbolo de las sirenas, y así sucesivamente. ↩
7. En el mapa de Linati, se puede adscribir con claridad la correspondencia de cada órgano con su capítulo. ↩
8. Las complejidades del tejido orgánico del Ulises se
acentúan debido a la existencia de subsistemas. Así, en el capítulo
14, los nueve meses de la gestación del feto que va creciendo en el
útero de Mrs Purefoy se presentan en nueve estadios de desarrollo, cada
uno de los cuales corresponden a nueve fases de la historia de la
prosa en lengua inglesa, y en el 7, la entimémica del estilo consiste en el despliegue de un formidable repertorio de figuras retóricas. ↩
9. ¿Cómo verter, por ejemplo, la
parodia histórico-estilística que acontece en el capítulo 14, donde la
fecundidad del coito se aborda desde un abanico de estilos literarios
que van del anglosajón a una diversidad de jergas contemporáneas,
pasando por las parodias de Milton, Sir Thomas Browne, Richard Burton,
Bunyan, Steele, Addison, Landor, Walter Pater y el cardenal Newman? ↩
10. Walter Benjamin expresa una idea muy semejante en La tarea del traductor: «Hay que tener en cuenta la traducibilidad de las creaciones lingüísticas, aunque los humanos no sean capaces de llevar a cabo tal tarea». ↩
11. El término lo acuñó James Holmes en 1972. ↩
12. Desavenencias entre la editorial y los herederos de Joyce retrasaron la distribución por espacio de más de un año. ↩
13. Por motivos de espacio, en
éste y en los ejemplos siguientes, dejo de reproducir el original,
contrastando las diferentes versiones entre sí. ↩
14. La idea del resultado
global es importante. Un contraste microtextual de las tres versiones,
como se hace aquí, de manera salteada, permite hacerse una idea de cómo
opera cada traductor, pero impide disfrutar del texto. Cuestiones como
las jergas locales, los tacos, las alusiones inexportables a otros
ámbitos, etc., son sencillamente intraducibles y desembocan
necesariamente en errores, arbitrariedades y manipulaciones. Si se
contempla el texto muy de cerca, se pierde perspectiva. ↩
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